El costo de las publicaciones no era muy elevado,
pero la vida era sumamente austera y los periódicos no siempre se vendían. El Zonda a partir del tercer número puso
debajo del nombre la inscripción “o no
leer El Zonda o comprarlo” dado que había gente que iba a leerlo a la
imprenta pero no lo compraba. En cuanto a las estrategias de recuperación de
las inversiones, muchos insertaban avisos gratuitamente o a módico precio, con
el fin de acrecentar la clientela, la mayoría tenían suscriptores lo que les daba
oxígeno para poder afrontar las exigencias de la edición. La comercialización,
era en algunos casos exclusivamente directa y entonces los periódicos se
vendían en la imprenta. En otros casos combinaba esta con la indirecta
estableciendo uno o dos puestos de venta, que eran generalmente en las boticas
o almacenes.
Los periodistas
de finales del siglo XIX denunciaron la omnipresencia del dinero en las redacciones,
afirma Ruth Rodríguez, la ausencia de rigor informativo en los periódicos, la progresiva
vulgarización de los contenidos y el deseo de las publicaciones de divertir y
entretener a los lectores en lugar de informarles. Los filósofos y los
sociólogos franceses tampoco se mantuvieron al margen de esta visión crítica de
la prensa, y consagraron sus estudios a la influencia negativa de las
publicaciones en la sociedad. Consciente del difícil momento que vivían las
publicaciones francesas, Henry Berenguer confeccionó para la Revue Bleue[1] una serie
de ocho artículos en los que preguntaba a políticos, escritores y periodistas
su opinión sobre el periodismo y les invitaba a proponer ideas para mejorar su
situación. Estas investigaciones llevaron a Berenguer a comprobar que existían
en Francia dos tipos de publicaciones: un primer tipo en el que estaba presente
la voluntad de instruir, informar, aconsejar, difundir la cultura y luchar
contra los bajos instintos. Y un segundo tipo en el que estaban presentes la
pornografía, las noticias falsas, la calumnia, la difamación y el chantaje. De
estas dos formas de entender el periodismo la segunda parecía la más verdadera
a finales del siglo XIX, debido a que muchas publicaciones habían eliminado su
papel de educación social y entre las causas que habían provocado esta degradación
de la prensa estaba el dinero. Esta opinión de Berenguer fue compartida por
periodistas como Jean Jaurès, colaborador de la Lanterne, Georges Clemenceau, de L’Aurore, Maurice Barrès, del Journal
o Maurice Talmeyr, cronista judicial de Le
Figaro, quienes no dudaron de culpar al dinero como el mal de la época y
considerar a los periódicos como las víctimas de este agente corruptor[2]. Por el contrario, nuestra humilde labor
periodística de la primera mitad del siglo XIX estaba absolutamente al margen
de ese “agente corruptor”. Los periódicos cuyanos, más bien, sólo trataban de
sobrevivir sorteando las penurias económicas y la técnica rudimentaria.
[1] Sus artículos aparecieron en la Revue
Bleue del 4 de diciembre de 1897 al 22 de enero de 1898.
[2] Rodríguez, Ruth, “Maupassant y la prensa francesa de la segunda
mitad del siglo XIX”, en: Trípodos,
número 19, Barcelona, 2006, p. 151-152.
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