Decía Chesterton que “…los periódicos comenzaron
para decir la verdad, y hoy existen para impedir que la verdad se diga”.
La maldita
manía de ser Misteres, Monsieures, Monseñores, &, &, o de ser Ingleses,
Franceses, Italianos, Alemanes, habiendo nacido en la América del Sud, en las Provincias Unidas donde se produce
tanto caballo y tanta baca [sic], ha
ocasionado tantos males a los Argentinos como una epidemia. Por desgracia,
algunos compatriotas nuestros, lo menos que son, es americanos. Olvidan su lazo
y menea por tomar un lente, o un látigo, y andan
tropezando donde no hay población, ni con quién encontrarse, o corriendo en las
pequeñas aldeas. Ven un aturdido extranjero que no saben su educación, la causa
por que está entre nosotros, sus principios, su moral y demás calidades que se
precisan atender para proponerse un modelo, y ya lo imitan sin más por ser
extranjero. Bien puede ser un facineroso que fuga de su Madre Patria; no
obstante no le faltan monos que quieren asimilársele, y si el gringo come con
el cavo [sic] de la cuchara, algunos
muy al gran tono, muy a la moderna, ya toman el caldo con el cavo asi mismo,
aunque nuestro héroe solo tome huevos, sin embargo es preciso excederlo en la
moda.
Esta es la
gente, decía el otro día un observador en que ha echado profundas raíces el
partido de unidad, y los devotos de Rivadavia. Les toca
este delicado resorte del corazón, y ya los puede conducir donde guste.
Todos quieren ser ilustrados, y el modo de aparecer, no siéndolo y de menos
trabajo, es tomar caldo con el cavo de la cuchara.
Por desgracia nuestra, va un
Mendozino [sic] o Sanjuanino pechando
barriles a Buenos Aires, y viene Inglés. Va un riojano con sus naranjas, un
Catamarquino con su algodón, un Tucumano con sus bateas, o un Cordobés con su
piquillín [sic], y en un mes de
escuela regresan (hablamos de los de poco seso) con otro idioma, otras
propensiones, otra hora de comer, otra religión, y en fin un hombre sostituido
[sic] al que había antes[1].