Tendremos que esperar varios
años, hasta 1849, para que un periódico: La
Ilustración Argentina presentara objetivos diametralmente opuestos a los
que expresaba el Verdadero Amigo del
País, que pretendía hacer tabula rasa con el pasado, borrar la historia, la herencia, el pasado hispánico
. Ahora, el periódico se planteará como meta recuperar “los trabajos de
todas las generaciones, de todos los siglos” con “una mirada de predilección
sobre esta patria Argentina”[1] según enuncian los editores.
Fontana sostiene, apoyándose
en Ricardo Rojas, que existió un romanticismo espontáneo anterior al movimiento romántico “éramos
románticos antes de Echeverría”, lo éramos en la vida real antes de haberlo
sido en la doctrina estética, ejemplos de ello pueden serlo las vidas tempestuosas
de Bernardo de Monteagudo y de Facundo Quiroga, con su pendón de “Religión o
muerte!”. Ellos, un poco instintivamente, levantan los valores del propio país para oponerlos a los
forasteros que quería imponer la generación del ‘21. Esta aseveración de Rojas
permite pensar que el elemento tradicional, que se opuso al grupo iluminista que
quería realizar la reforma religiosa y de las costumbres en Mendoza, era
partícipe también de esa suerte de romanticismo autóctono. Para ellos, afirma
Fontana: era de suprema importancia “respetar las creaciones de la historia,
sin rechazar por esto los productos útiles del
progreso humano”. Por esto es que bregaron durante 50 años por un Colegio que
satisficiera sus sinceras ansias de saber, pero “no aceptaron la teoría de la
formación de la conciencia nacional que trajeron los jóvenes que exponían sus
ideas en El Verdadero Amigo del País”[2].
Para ellos “la conciencia
nacional debía existir en el pasado de tradiciones, en las particularidades locales,
históricas y geográficas, en los usos y costumbres, en la lengua y la religión,
en la idiosincrasia humana”[3].
Jorge Myers[4] compara el romanticismo rioplatense con los
rasgos distintivos del romanticismo europeo y llega a la conclusión de que el
nuestro fue decididamente un movimiento cultural que no tuvo rasgos propios y/o
diferenciales respecto de los postulados para Europa. Myers realiza un breve
repaso por los tópicos reconocidos: la paradoja del sujeto mesiánico, aislado
frente a una sociedad que lo rechaza y a la que, sin embargo, debe guiar; su
carácter revolucionario, en relación con las nuevas formas de sentir, de mirar
y de expresarse; la subordinación estética de la forma al fondo, en materia de
elaboración literaria; la invención imaginaria de la nación como resultado de
una ecuación que vinculaba la cultura con la sociedad; la concepción de la
historia como un proceso de transformación social, teleológico y ascendente; la
conflictiva concepción del pueblo, que bascula entre la imagen idealizada del
depositario de los rasgos de la identidad nacional y el sector insensible en
quien no puede confiarse las riendas de la nación. Sin embargo, disentimos con
este autor ya que no consideramos que estos tres últimos puntos (concepción de
la nación, de la historia y del pueblo) puedan verse claramente en el
romanticismo rioplatense dado que este o bien pretende hacer tabula rasa con el pasado o, en el mejor
de los casos, hace surgir la historia nacional en 1810. Si pensamos que el
romanticismo alemán desenterró del olvido mil años de historia, hablar en el
caso de nuestros “consagrados” como románticos de una historia de 20 años
demuestra en realidad un planteo anti-histórico. La excepción se da,
precisamente, en el caso de lo que Rojas y otros autores llaman romanticismo
espontáneo e instintivo. Este fue el que verdaderamente rechazó y se opuso a la
ilustración con su intento de negador de la historia, la tradición y la
religión católica.
Culturalmente se considera que el romanticismo obtuvo
un claro triunfo sobre la ilustración. No obstante, el iluminismo anterior puja
por reaparecer. Algunos autores consideran que este pensamiento es el que
informa el llamado Proyecto del ’80. Sin
embargo, podríamos decir que mucho antes de esa época regresa. Sarmiento en la década de
1840, reniega de las raíces históricas de la nación proclamando su conocida
fórmula Civilización y Barbarie. De
la misma manera que Bacon había renegado de los pensadores antiguos,
llamándolos “corruptores de las almas”, “falsarios”, así había dicho de
Aristóteles que era un
“pésimo sofista” y de Platón que era un
“teólogo demente” y un “mal bufón”. Por lo tanto, estas periodizaciones no son
cerradas, no se trata de compartimentos estancos, se trata más bien de una
impronta que marca la época aunque podamos observar que subyacen personas o
instituciones afincadas aún en el proyecto anterior.
Alberto
Caturelli en un capítulo de su Historia
de la Filosofía en la Argentina XV titulado “Ruptura con la tradición,
progresismo iluminista, e historicismo romántico” [5], alude a la
existencia de un progresismo iluminista y un romanticismo yuxtapuestos. Nos dice que hay que tener en cuenta la
complejidad y matices del término romanticismo. “Bajo el signo de su siempre
presente interés por la historia, se orienta a lo dinámico pudiendo dar lugar a
dos actitudes: una tradicionalista, naturalmente opuesta a la “ilustración” y
otra progresista “que adopta ciertos postulados de la Ilustración” (esto es lo
que sucedió con el romanticismo de la generación del ’37). De tal modo expone
el problema:
He aquí sus
caracteres: exaltación de lo religioso, primado de la intuición y el
sentimiento, adhesión a la realidad concreta, sentido de lo trágico, alto
aprecio, a la vez, de lo aristocrático y lo popular contra el liberalismo
burgués y afirmación del valor de la vida interior. Por tanto, no se trata sólo
de una corriente literaria, sino de una actitud totalizadora ante lo real. Por
otra parte, el romanticismo que asume ciertos postulados de la Ilustración, en
verdad, termina por negarse a sí mismo; me atrevería a llamarle
pseudo-romanticismo porque son contrarios a su naturaleza el materialismo
craso, el progresismo empirista y el racionalismo abstracto[6].
Habla el autor del romanticismo tradicionalista
opuesto al unitarismo rivadaviano. Este se identificó con el federalismo, con
sus caudillos aristócratas y populares que no necesitaban “pensar” ni
“imaginar” el país porque estaban identificados con su naturaleza y tradición.
“De ahí que el federalismo haya sido el vehículo espontáneo del auténtico romanticismo”,
afirma, y por ello, considera erróneo atribuir a Echeverría la introducción del
romanticismo en la Argentina. Lo que estos miembros de la generación del ’37
entendían como “el deber ser” del país “no era en absoluto producto de nuestro
ser histórico, sino una idea utópica copiada a autores franceses y a Mazzini
(que la pensaron para una realidad distinta) yuxtapuesta a la originaria
realidad de su país”. La conclusión para Caturelli es clara: “sobre un
iluminismo de fondo, ofrecían un anémico ‘romanticismo’ literario” [7].
Es un abismo el que enfrentaba
a estos dos grupos tan distantes y en procura de objetivos tan disímiles.
Coincidimos con Fontana que lo interesante de analizar es cuál de estos grupos
comprendió mejor el modo más eficaz de asimilar lo nuevo:
Viendo las consecuencias que deparó al país —largos años de anarquía,
lucha civil y destrucción de los más altos valores de la nacionalidad— ese
experimento del grupo liberal de imponer sus
ideas con exclusión de todas las elaboradas por el pasado, hemos de concluir
considerando que estuvieron errados al imaginar que esa era la mejor manera de
progresar. Aquí es donde creemos reside la superioridad del grupo tradicional.
Y el valor de lo que debemos tomar como sana enseñanza: debe avanzar el hombre
en su vertiginosa marcha hacia su perfección caminando, nunca a los saltos. Al
caminar, el hombre avanza con un pie mientras se apoya con el que quedó atrás:
del mismo modo lo nuevo debe ser siempre asimilado dentro de la peculiar
idiosincrasia que modelaron en un pueblo las sabias experiencias del pasado[8].
Esto
es lo que observamos al comparar las expresiones de El Verdadero Amigo del País y de la Ilustración Argentina. De aquel “es menester cambiar nuestro modo
de existir y obrar en sentido contrario al de nuestros padres”[9], al
objetivo de “trazar la marcha de las adquisiciones y de las conquistas con que
se ha enriquecido la inteligencia del hombre
con el transcurso de las edades”[10],
media un abismo.
[1] Ilustración Argentina; ciencia, industria, política
y literatura, n. 1, Mendoza, 1 de mayo de 1849
(IBIZI).
[2] Fontana, Esteban.
Esclarecimiento de… Op. cit., p. 158.
[3] Pro, Diego F. Op. cit., p. 30.
[4] Myers, Jorge, “Los universos culturales del
romanticismo. Reflexiones en torno a un objeto oscuro”, en: Batticuore, Graciela; Gallo, Klaus y Myers, Jorge (comp.), Resonancias
románticas. Ensayos sobre historia de la
cultura argentina (1820-1890), Eudeba, Buenos Aires, 2005, 308 p.
[5] Caturelli, Alberto,
“Ruptura con la tradición, progresismo iluminista, e historicismo romántico”, en: Historia de la Filosofía en la Argentina (1600-2000), Buenos Aires,
Universidad del Salvador, Ciudad Argentina, 2001, p. 295-330.
[6] Ibidem, p. 296.
[7] Ibidem, p. 300, 302.
[8] Fontana, Esteban, Op. cit., p. 159.
[10] Ilustración Argentina; ciencia, industria, política
y literatura, n. 1, Mendoza, 1 de mayo de 1849
(IBIZI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario