domingo, 27 de septiembre de 2020

De la Ilustración al Romanticismo


Tendremos que esperar varios años, hasta 1849, para que un periódico: La Ilustración Argentina presentara objetivos diametralmente opuestos a los que expresaba el Verdadero Amigo del País, que pretendía hacer tabula rasa con el pasado, borrar la historia, la herencia, el pasado hispánico
. Ahora, el periódico se planteará como meta recuperar “los trabajos de todas las generaciones, de todos los siglos” con “una mirada de predilección sobre esta patria Argentina”[1] según enuncian los editores.
Fontana sostiene, apoyándose en Ricardo Rojas, que existió un romanticismo espontáneo  anterior al movimiento romántico “éramos románticos antes de Echeverría”, lo éramos en la vida real antes de haberlo sido en la doctrina estética, ejemplos de ello pueden serlo las vidas tempestuosas de Bernardo de Monteagudo y de Facundo Quiroga, con su pendón de “Religión o muerte!”. Ellos, un poco instintivamente, levantan los valores del propio país para oponerlos a los forasteros que quería imponer la generación del ‘21. Esta aseveración de Rojas permite pensar que el elemento tradicional, que se opuso al grupo iluminista que quería realizar la reforma religiosa y de las costumbres en Mendoza, era partícipe también de esa suerte de romanticismo autóctono. Para ellos, afirma Fontana: era de suprema importancia “respetar las creaciones de la historia, sin rechazar por esto los productos útiles del progreso humano”. Por esto es que bregaron durante 50 años por un Colegio que satisficiera sus sinceras ansias de saber, pero “no aceptaron la teoría de la formación de la conciencia nacional que trajeron los jóvenes que exponían sus ideas en El Verdadero Amigo del País[2].
Para ellos “la conciencia nacional debía existir en el pasado de tradiciones, en las particularidades locales, históricas y geográficas, en los usos y costumbres, en la lengua y la religión, en la idiosincrasia humana”[3].
Jorge Myers[4] compara el romanticismo rioplatense con los rasgos distintivos del romanticismo europeo y llega a la conclusión de que el nuestro fue decididamente un movimiento cultural que no tuvo rasgos propios y/o diferenciales respecto de los postulados para Europa. Myers realiza un breve repaso por los tópicos reconocidos: la paradoja del sujeto mesiánico, aislado frente a una sociedad que lo rechaza y a la que, sin embargo, debe guiar; su carácter revolucionario, en relación con las nuevas formas de sentir, de mirar y de expresarse; la subordinación estética de la forma al fondo, en materia de elaboración literaria; la invención imaginaria de la nación como resultado de una ecuación que vinculaba la cultura con la sociedad; la concepción de la historia como un proceso de transformación social, teleológico y ascendente; la conflictiva concepción del pueblo, que bascula entre la imagen idealizada del depositario de los rasgos de la identidad nacional y el sector insensible en quien no puede confiarse las riendas de la nación. Sin embargo, disentimos con este autor ya que no consideramos que estos tres últimos puntos (concepción de la nación, de la historia y del pueblo) puedan verse claramente en el romanticismo rioplatense dado que este o bien pretende hacer tabula rasa con el pasado o, en el mejor de los casos, hace surgir la historia nacional en 1810. Si pensamos que el romanticismo alemán desenterró del olvido mil años de historia, hablar en el caso de nuestros “consagrados” como románticos de una historia de 20 años demuestra en realidad un planteo anti-histórico. La excepción se da, precisamente, en el caso de lo que Rojas y otros autores llaman romanticismo espontáneo e instintivo. Este fue el que verdaderamente rechazó y se opuso a la ilustración con su intento de negador de la historia, la tradición y la religión católica.
Culturalmente se considera que el romanticismo obtuvo un claro triunfo sobre la ilustración. No obstante, el iluminismo anterior puja por reaparecer. Algunos autores consideran que este pensamiento es el que informa el llamado Proyecto del ’80. Sin embargo, podríamos decir que mucho antes de esa época regresa. Sarmiento en la década de 1840, reniega de las raíces históricas de la nación proclamando su conocida fórmula Civilización y Barbarie. De la misma manera que Bacon había renegado de los pensadores antiguos, llamándolos “corruptores de las almas”, “falsarios”, así había dicho de Aristóteles que era un “pésimo sofista” y de Platón que era un “teólogo demente” y un “mal bufón”. Por lo tanto, estas periodizaciones no son cerradas, no se trata de compartimentos estancos, se trata más bien de una impronta que marca la época aunque podamos observar que subyacen personas o instituciones afincadas aún en el proyecto anterior.
Alberto Caturelli en un capítulo de su Historia de la Filosofía en la Argentina XV titulado “Ruptura con la tradición, progresismo iluminista, e historicismo romántico” [5], alude a la existencia de un progresismo iluminista y un romanticismo yuxtapuestos.  Nos dice que hay que tener en cuenta la complejidad y matices del término romanticismo. “Bajo el signo de su siempre presente interés por la historia, se orienta a lo dinámico pudiendo dar lugar a dos actitudes: una tradicionalista, naturalmente opuesta a la “ilustración” y otra progresista “que adopta ciertos postulados de la Ilustración” (esto es lo que sucedió con el romanticismo de la generación del ’37). De tal modo expone el problema:
He aquí sus caracteres: exaltación de lo religioso, primado de la intuición y el sentimiento, adhesión a la realidad concreta, sentido de lo trágico, alto aprecio, a la vez, de lo aristocrático y lo popular contra el liberalismo burgués y afirmación del valor de la vida interior. Por tanto, no se trata sólo de una corriente literaria, sino de una actitud totalizadora ante lo real. Por otra parte, el romanticismo que asume ciertos postulados de la Ilustración, en verdad, termina por negarse a sí mismo; me atrevería a llamarle pseudo-romanticismo porque son contrarios a su naturaleza el materialismo craso, el progresismo empirista y el racionalismo abstracto[6]. 
Habla el autor del romanticismo tradicionalista opuesto al unitarismo rivadaviano. Este se identificó con el federalismo, con sus caudillos aristócratas y populares que no necesitaban “pensar” ni “imaginar” el país porque estaban identificados con su naturaleza y tradición. “De ahí que el federalismo haya sido el vehículo espontáneo del auténtico romanticismo”, afirma, y por ello, considera erróneo atribuir a Echeverría la introducción del romanticismo en la Argentina. Lo que estos miembros de la generación del ’37 entendían como “el deber ser” del país “no era en absoluto producto de nuestro ser histórico, sino una idea utópica copiada a autores franceses y a Mazzini (que la pensaron para una realidad distinta) yuxtapuesta a la originaria realidad de su país”. La conclusión para Caturelli es clara: “sobre un iluminismo de fondo, ofrecían un anémico ‘romanticismo’ literario” [7].
Es un abismo el que enfrentaba a estos dos grupos tan distantes y en procura de objetivos tan disímiles. Coincidimos con Fontana que lo interesante de analizar es cuál de estos grupos comprendió mejor el modo más eficaz de asimilar lo nuevo:
Viendo las consecuencias que deparó al país —largos años de anarquía, lucha civil y destrucción de los más altos valores de la nacionalidad— ese experimento del grupo liberal de imponer sus ideas con exclusión de todas las elaboradas por el pasado, hemos de concluir considerando que estuvieron errados al imaginar que esa era la mejor manera de progresar. Aquí es donde creemos reside la superioridad del grupo tradicional. Y el valor de lo que debemos tomar como sana enseñanza: debe avanzar el hombre en su vertiginosa marcha hacia su perfección caminando, nunca a los saltos. Al caminar, el hombre avanza con un pie mientras se apoya con el que quedó atrás: del mismo modo lo nuevo debe ser siempre asimilado dentro de la peculiar idiosincrasia que modelaron en un pueblo las sabias experiencias del pasado[8].
Esto es lo que observamos al comparar las expresiones de El Verdadero Amigo del País y de la Ilustración Argentina. De aquel “es menester cambiar nuestro modo de existir y obrar en sentido contrario al de nuestros padres”[9], al objetivo de “trazar la marcha de las adquisiciones y de las conquistas con que se ha enriquecido la inteligencia del hombre con el transcurso de las edades”[10], media un abismo.


[1] Ilustración Argentina; ciencia, industria, política y literatura, n. 1, Mendoza, 1 de mayo de 1849 (IBIZI).
[2] Fontana, Esteban. Esclarecimiento de… Op. cit., p. 158.
[3] Pro, Diego F. Op. cit., p. 30.
[4] Myers, Jorge, “Los universos culturales del romanticismo. Reflexiones en torno a un objeto oscuro”, en: Batticuore, Graciela; Gallo, Klaus y Myers, Jorge (comp.), Resonancias románticas. Ensayos sobre historia de la  cultura argentina (1820-1890), Eudeba, Buenos Aires, 2005, 308 p.
[5] Caturelli, Alberto, “Ruptura con la tradición, progresismo iluminista, e historicismo romántico”, en: Historia de la Filosofía en la Argentina (1600-2000), Buenos Aires, Universidad del Salvador, Ciudad Argentina, 2001, p. 295-330.
[6] Ibidem, p. 296.
[7] Ibidem, p. 300, 302.
[8] Fontana, Esteban, Op. cit., p. 159.
[9] El Verdadero Amigo del País, n. 8, Mendoza, 19 de noviembre de 1822 (BMM).
[10] Ilustración Argentina; ciencia, industria, política y literatura, n. 1, Mendoza, 1 de mayo de 1849 (IBIZI).

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